EL REGRESO A HAITI, DESPUES DEL TEREMOTO DEL 12 DE ENERO DEL 2010
Regresamos de Argentina vía Santo Domingo y el domingo 28 de febrero pisábamos nuevamente tierra haitiana. Anistus fue a recogernos a la llegada del colectivo y nos llevó a hacer una primera recorrida por Puerto Príncipe. Al irnos dejamos un país y al regresar encontramos otro totalmente diferente. Puerto Príncipe es la imagen de la desolación. Se encoje el corazón ante la magnitud del desastre. Tal como los seminaristas haitianos nos advirtieron ya en Santo Domingo, una cosa es lo que pasan los MCS otra cosa es la realidad. Nada ha quedado en pie y lo que aún se mantiene amenaza con caer y cientos de viviendas y murallas llevan escrito su futuro: “a demoler”. No ha quedado bloque sobre bloque. Debajo de los escombros aún sin remover, a un mes y medio de la tragedia, permanecen cadáveres cuya presencia se percibe por el olor que brota de las ruinas.
Lo primero que visitamos es la capilla “San Antonio María Claret”, construida con tanto esfuerzo por Anistus y su comunidad, ahora completamente destruida. El altar del segundo piso ha caído entero y sin fisuras al primer piso. Lo demás está todo destruido. Anistus revive el día del terremoto, esa misma tarde gente de su comunidad le avisó que la capilla había caído y él, con el corazón encogido fue a verla. Pasó entre cadáveres desparramados sobre la ruta, heridos, gente llorando a gritos... Lloró al ver el desastre de las familias de su comunidad y el de la capilla. Durante una semana siguió llorando en cada visita, mientras intentaba clarificar su mente para ver por dónde recomenzar tanto la comunidad como la capilla, lugar del encuentro y la celebración, que debería convertirse en lugar de reconstrucción de la esperanza. En esa primera semana y con ayuda de los miembros sobrevivientes de su comunidad rescataron los archivos parroquiales mientras organizaban la solidaridad con las familias damnificadas: agua y alimentos, plásticos y elementos de primeros auxilios. Luego recorrimos el centro de la ciudad. Pasamos por la casa de gobierno, símbolo de un país decapitado, con una clase dirigente choqueada, fisurada y tan desorientada como la población que se pregunta: “¿Qué es lo que pasó?”
Cham Mas, la plaza principal es un verdadero campamento de refugiados con carpas multicolores, donde en la tercera semana, luego del terremoto, se colocaron sanitarios químicos.
Nos conmueve profundamente la catedral, con su Cristo en pie. Allí el coro que ensayaba para la próxima celebración cantó su última canción y todos sus miembros murieron alabando a Dios. Se nos llena el corazón de angustia al pasar por las ruinas del arzobispado donde perdieron la vida Mons. Miot y su vicario, el P. Benoit, quien portaba el título honorífico de monseñor. Nos brota una plegaria condolida por los amigos perdidos. Recordamos que Mons Miot había dicho en la Misa de entrega de los certificados a los primeros 40 Biblistas Populares egresados de nuestar Escuela Bíblica Mons. Romero: “Le he pedido al Señor morir celebrando la misa como Mons. Romero”. Su sueño no pudo ser.
Además nos llena de dolor saber que Mons. Benoit no murió en seguida sino que, de en medio de los escombros alcanzó a llamar por su celular a sus amigos, antes de que colapsaran las comunicaciones, con la patética súplica: “Yo estoy vivo todavía. Vean qué pueden hacer por mí, por favor”. Su súplica pudo ser escuchada pero no atendida.
Luego pasamos por San Marcial, nuestra primera morada cuando Aníbal, Fausto, Julia y Marta llegamos a Haití el año 1999. La casa de las hermanas está en pie, en cambio la casa de los padres y el seminario están totalmente destruidos, lo mismo que parte del colegio. El portero nos informa que no hubo víctimas entre los PP. Espiritanos.
Continuamos el recorrido sin poder disimular el estupor y dolor que nos provoca un Puerto Príncipe irreconocible. Es difícil reconocer las calles, los negocios, los edificios públicos. La ciudad que conocimos y recorrimos ha desaparecido. Ahora es un gran cementerio que oculta cientos de haitianos y haitianas sepultados bajo los escombros. En adelante su historia se dividirá en antes y después del 12 de enero del 2010. En las aceras los vendedores públicos preparan comidas y ofrecen mercancías, mientras en medio de las carpas algunas adolescentes ensayan nuevos pasos de baile con la gracia típica de sus cimbreantes talles delgados y niños sonrientes remontan barriletes. La vida continúa. Haití fue, es y será el país de la resistencia.
Pasadas las 6 de la tarde llegamos a la casa de Delmas 31. En el patio se levanta una carpa conseguida luego de dos semanas de vivir a la intemperie. La casa está sostenida por “gatos” de hierro traídos desde Puerto Rico. Es muy insegura para vivir adentro, pero al menos los sanitarios pueden ser utilizados. Luego de una primera recorrida por la casa, reconociendo el riesgo que han corrido de que no se desmoronara, nos sentamos a charlar y escuchamos con emoción el relato de Anistus de cómo vivió el momento del terremoto. Esos larguísimos 37 segundos con Magnus en brazos, el hijito de Dilén, la señora que les ayuda en el servicio de la comida y limpieza de la casa. Cómo sintió cerca la muerte y solo pensó en proteger con su cuerpo la vida del niño. En medio del ruido de casas desplomándose y del polvo que los cegaba, escuchó la voz de Boplan, primer sacerdote haitiano de la congregación, gritándole que salieran de la casa y ayudándole a encontrar la salida. Luego en la calle se encontraron con Dilén, la madre del niño, que vivía en la casa del frente, llorando desorientada y preguntando por el niño, sin poder comprender lo que había pasado.
En seguida Anistus recuerda agradecido la visita de Roselio Díaz Heredia, CMF, párroco de Jimaní, la ciudad fronteriza entre Rca Dcna y Haití. Y el inmediato socorro y aliento traído por el P. Hector Cuadrado, superior de la Delegación. La ayuda sostenida de Pepe Rodríguez, tambien de Jimaní y la Descubierta. No hay duda que la solidaridad de los hermanos de la Congregación ha sido el sostén de su esperanza. Luego llega el P. Joaquin Grendotti que viene de un día de encuentro con sus compatriotas de la Minustah. El también nos cuenta de su llegada, la experiencia de los temblores que continuaron sacudiendo la destruida ciudad, la experiencia de llevar comida y agua a Kazal. En un primer censo han reportado 386 personas fallecidas del Barrio de Nazon
Anistus nos cuenta las tres enseñanzas que él ha sacado de este acontecimiento que nos sacude a todos hasta los huesos:
-Nadie tiene nada que le pertenezca. Las cosas que tenemos, hoy son y mañana no. Las casas, los autos, las cosas son todas relativas. Nada de eso es lo verdaderamente importante.
-Para quienes seguimos vivos es una advertencia: si hacíamos el bien, hacerlo mejor; si hacíamos el mal, convertirnos. El tiempo es corto y la vida insegura. Se nos ha regalado una nueva oportunidad.
-El terremoto nos ha igualado a todos. Nadie es más que nadie. Los grandes jefes, sacerdotes, policías que alguna vez pensaron que eran superiores, duermen en la calle igual que el resto de la gente. La tierra es el nivel de todos. Nadie esta más alto que otro. Todos somos iguales.
Ojalá nos calara hondo este mensaje que ha tocado profundamente el corazón de Anistus.
La gente de Kazal sabe que Anibal ha llegado y comienzan a llegar los saludos telefónicos. Bovè, uno de los estudiantes egresados de la Escuela Bíblica Mons Romero y actualmente participante del grupo que va a seguir sus estudios bíblicos en la Universidad Bíblica Latinoamericana de Costa Rica, nos envía un mensaje telefónico: “Marta y Aníbal, bienvenidos a Haití, el país de la esperanza”. Estamos en casa.
Por la noche luego de una rica comida preparada por Dilén y compartida con alegría, nos retiramos a dormir compartiendo la carpa, en el patio. Comienza a llover y el ruido de las gotas sobre el plástico nos ayuda a conciliar el sueño. A las 5 de la mañana hay un temblor que solo algunos perciben.
Luego del desayuno Aníbal y yo viajamos a Kazal. Pasamos por la ruta, cerca de las grandes fosas comunes. Gracias a Dios no albergan a ninguno de nuestros amigos y colaboradores en misión compartida. Lo vivimos como un verdadero milagro. Rezamos con profunda fe al Dios de la vida que ha recibido a tantos hermanos y hermanas haitianos en sus brazos.
Para llegar a la parroquia de Kazal seguimos cruzando sobre el lecho del río pues aún no han terminado el puente que destruyó el ciclón de agosto del 2008. Los chicos gritan de alegría al ver a Aníbal y se suben a la camioneta. Saben que habrá algún dulce al llegar a la capilla.
En la casa están Boplan y Nadéj, una de las compañeras de equipo que nos cuenta cómo vivó el horror del terremoto en su casita de Puerto Príncipe, tratando de proteger con su delgadísimo cuerpo a su hijito Yan, de 8 años. También Boplan nos dice que es una experiencia que no le desea a nadie. La casa no ha sufrido daños y la iglesia muy pocos. Wilchen ha construido una carpa en el patio donde duermen. Al lado una glorieta de plástico sirve de comedor y sala de reuniones. Como nosotros no hemos sufrido el trauma del terremoto, ocupamos nuestras respectivas habitaciones dentro de la casa.
Después de almorzar tuvimos una primera reunión con el equipo de Jóvenes de la Comunidad Misionera. Impresiona la tristeza de sus ojos. La mirada parece más honda y oscura que nunca. Se ríen poco. Apenas una sonrisa y enseguida la seriedad les cubre nuevamente el rostro. Cada uno y cada una cuenta cómo vivió el terremoto. Con frases breves, sin dramatismos. Pero todos y todas con profundo dolor. Michèl ha perdido a una tía junto con sus cuatro hijitos, todos sepultados en la fosa común.
Blondi nos cuenta que al día siguiente del terremoto viajó a Puerto Príncipe en busca de su hermano. Felizmente encontró a todos sus familiares bien. Pero todavía le quita el sueño el recuerdo de haber visto levantar a los muertos con una pala excavadora, como si fueran basura y echarlos a la fosa común para cubrirlos con cal viva y luego tierra. Ha escondidas logró sacar una foto que registra ese momento. Agacha y sacude la cabeza mientras musita: “No puedo olvidar”...
A pesar del dolor, no podemos menos que reír con la experiencia de Gilbè y Pòl Ednèl. Estaban juntos cavando un foso en el cementerio para un pariente que había fallecido. Encontraron unos huesos de alguien enterrado en ese lugar hacía mucho tiempo. Colocaron los huesos en un rincón del foso y esperaron a que un vecino trajera ron para mojar los huesos antes de volver a cubrirlos con tierra. Echar ron sobre los huesos es un rito vudú de purificación, como nuestra ancestral costumbre de rociar con agua bendita. No bien el ron tocó los huesos secos, la tierra comenzó a temblar. Gilbè y Pòl Ednèl pensaron que los muertos estaban protestando y sacudiendo el cementerio. Echaron a correr al mismo tiempo, sin saber lo que estaba ocurriendo, mientras sentían que una fuerza poderosa los tiraba hacia atrás. En su carrera encontraron a un hombre aferrado a un árbol que se sacudía y le gritaron: “Señor qué hace allí”, a lo que el hombre contestó: “Y Uds. qué hacen corriendo?”. Recién al llegar a la casa supieron que había habido un temblor, pero fatigados como estaban se durmieron. Al día siguiente se enteraron de la magnitud del terremoto y los destrozos de la ciudad capital. Ahora los dos se ríen de su carrera enloquecida y la cara de espanto que tenían.
Las casas de todos han sufrido roturas, muros caídos, habitaciones que no pueden ser utilizadas...
Luego de este primer intercambio nos cuentan de sus trabajos en estos dos meses de ausencia de Aníbal. Han seguido trabajando con los Banquitos de los Pobres, la Organización de los Campesinos; han creado una Mutual de Solidaridad; han formado el Equipo de Liturgia; siguen reuniéndose en las comunidades....
Programamos la participación de las CEBs en un encuentro los días 12,13 y 14 , en Haití, con la gente de Rca. Dominicana y un encuentro de oración también binacional en Fon Parisien para celebrar la memoria de Mons. Romero, además de un día de oración para la Comunidad Misionera el próximo 19 de marzo. La reunión termina.
Queda flotando una pregunta: ¿y ahora, hacia el futuro? ... Con más de 220.000 muertos, 3 millones y medio de damnificados; 8000 escuelas destruidas; sin universidades, ni escuelas técnicas; ni trabajo... ¿Cómo se sigue? .... Nos embarga el silencio...
*Marta es una misionera laica que trabaja desde el año 2001 en HaitíEnviado por: Fernando, 05-03-10