Por Héctor Miranda
Puerto Príncipe, 2 jun (PL) Los refugiados del campamento de Champ Mars se consideran privilegiados y hasta alardean de estar al tanto de cuanto se dice sobre Haití, pero muy pocos conocen del inicio de la temporada ciclónica y menos de la cumbre de Punta Cana.
Ubicado frente al destruido Palacio Nacional, Champ de Mars es un sitio privilegiado, pero solo por su ubicación, porque en las tiendas de campaña la vida es poco menos que una tortura y sus habitantes sobreviven en un hacinamiento total.
En tiendas de campaña de dos metros de ancho por dos de largo a veces viven cuatro personas y más, mientras residuos de comida corren por debajo de las telas y roedores y perros deambulan como si estuvieran en su paraíso.
No es el peor de los campamentos de damnificados, pero sí el más visible y más visitado por aquellos que llegan del exterior y quieren tomar contacto con la realidad haitiana, aunque solo sea unos minutos.
Tal vez por eso, ninguno de sus habitantes se inmuta ante la presencia de intrusos y ni caso hacen cuando algún fotógrafo intenta llevarse una imagen de la estatua del prócer Toussaint Louverture, en cuya base viven personas y alguien asa unas mazorcas de maíz.
Simone Redonet tiene 52 años y vende refrescos a un costado de Champ de Mars. Allí se instaló poco después del sismo del 12 de enero pasado, que dejó más de 220 mil muertos, 300 mil heridos y casi millón y medio de damnificados.
Encima de una vieja nevera tiene un radio que escucha mientras atiende a los clientes de ocasión, sin embargo no conoce que la presente temporada ciclónica puede ser muy peligrosa para su país.
"No se nada de eso. Escucho radio y a veces veo televisión, pero no puedo preocuparme por las cosas malas, porque ya tengo muchas cosas malas en mi vida. ¿Quieres algo peor que vivir en este lugar, con el calor que hace y sin un techo fuerte?", se pregunta.
Redonet tampoco sabe del inicio hoy en República Dominicana de la Cumbre Mundial sobre el Futuro de Haití: Solidaridad más allá de la Crisis, y no le interesa tampoco lo que allí se acuerde, "porque no creo que nos beneficie en algo".
Los haitianos pierden poco a poco la esperanza y solo aguardan porque el clima y las enfermedades sean benévolos con ellos, una de las razones por las cuales Raphael Saguner le pide siempre a los dioses un poco de clemencia.
Para Saguner, la vida en Champ de Mars y en cualquier otro campamento de los cientos que hay en Puerto Príncipe "es algo así como un partido de fútbol: de nada vale que defiendas bien el arco, si en cualquier momento cualquiera mete un gol y pierdes".
"No se nada de huracanes ni de temporadas de huracanes. No quiero hablar de esas cosas. Quisiera llevarme a mi familia de este lugar, pero no tengo dinero ni trabajo para ganarlo. Mi situación es difícil", dice y vuelve a encender su radio y se adentra en un mundo de música compak.
Anne Papin, de 17 años y estudiante de un instituto, está al tanto de los huracanes, pero se pregunta qué hará si esos fenómenos atmosféricos deciden dirigirse a Haití, a esta capital.
"No tengo familia con casas fuertes. La mayoría de mis amigos vive en las mismas condiciones, por eso no pienso en esas cosas. Lo que vaya a pasar que pase, pero sé que si vuelven los huracanes habrá muchos muertos. Lo sé".
Papin tampoco sabe nada de la Cumbre de Punta Cana. Para ella "puede ser parte del interés de muchas personas por ayudar a los haitianos, pero cuando recuerdo los días posteriores al terremoto, las promesas y lo que se ha hecho después, pierdo la ilusión. Prefiero no saber de nada".
Cientos de miles de personas viven aún en campamentos en Puerto Príncipe y los alrededores, en tanto el ritmo de edificación de estructuras sólidas marcha demasiado lento y con muchas trabas.
Para colmo de males, organismos meteorológicos internacionales pronosticaron una temporada ciclónica muy activa, que puede convertir al país, otra vez, en un sitio de catástrofe.
Puerto Príncipe, 2 jun (PL) Los refugiados del campamento de Champ Mars se consideran privilegiados y hasta alardean de estar al tanto de cuanto se dice sobre Haití, pero muy pocos conocen del inicio de la temporada ciclónica y menos de la cumbre de Punta Cana.
Ubicado frente al destruido Palacio Nacional, Champ de Mars es un sitio privilegiado, pero solo por su ubicación, porque en las tiendas de campaña la vida es poco menos que una tortura y sus habitantes sobreviven en un hacinamiento total.
En tiendas de campaña de dos metros de ancho por dos de largo a veces viven cuatro personas y más, mientras residuos de comida corren por debajo de las telas y roedores y perros deambulan como si estuvieran en su paraíso.
No es el peor de los campamentos de damnificados, pero sí el más visible y más visitado por aquellos que llegan del exterior y quieren tomar contacto con la realidad haitiana, aunque solo sea unos minutos.
Tal vez por eso, ninguno de sus habitantes se inmuta ante la presencia de intrusos y ni caso hacen cuando algún fotógrafo intenta llevarse una imagen de la estatua del prócer Toussaint Louverture, en cuya base viven personas y alguien asa unas mazorcas de maíz.
Simone Redonet tiene 52 años y vende refrescos a un costado de Champ de Mars. Allí se instaló poco después del sismo del 12 de enero pasado, que dejó más de 220 mil muertos, 300 mil heridos y casi millón y medio de damnificados.
Encima de una vieja nevera tiene un radio que escucha mientras atiende a los clientes de ocasión, sin embargo no conoce que la presente temporada ciclónica puede ser muy peligrosa para su país.
"No se nada de eso. Escucho radio y a veces veo televisión, pero no puedo preocuparme por las cosas malas, porque ya tengo muchas cosas malas en mi vida. ¿Quieres algo peor que vivir en este lugar, con el calor que hace y sin un techo fuerte?", se pregunta.
Redonet tampoco sabe del inicio hoy en República Dominicana de la Cumbre Mundial sobre el Futuro de Haití: Solidaridad más allá de la Crisis, y no le interesa tampoco lo que allí se acuerde, "porque no creo que nos beneficie en algo".
Los haitianos pierden poco a poco la esperanza y solo aguardan porque el clima y las enfermedades sean benévolos con ellos, una de las razones por las cuales Raphael Saguner le pide siempre a los dioses un poco de clemencia.
Para Saguner, la vida en Champ de Mars y en cualquier otro campamento de los cientos que hay en Puerto Príncipe "es algo así como un partido de fútbol: de nada vale que defiendas bien el arco, si en cualquier momento cualquiera mete un gol y pierdes".
"No se nada de huracanes ni de temporadas de huracanes. No quiero hablar de esas cosas. Quisiera llevarme a mi familia de este lugar, pero no tengo dinero ni trabajo para ganarlo. Mi situación es difícil", dice y vuelve a encender su radio y se adentra en un mundo de música compak.
Anne Papin, de 17 años y estudiante de un instituto, está al tanto de los huracanes, pero se pregunta qué hará si esos fenómenos atmosféricos deciden dirigirse a Haití, a esta capital.
"No tengo familia con casas fuertes. La mayoría de mis amigos vive en las mismas condiciones, por eso no pienso en esas cosas. Lo que vaya a pasar que pase, pero sé que si vuelven los huracanes habrá muchos muertos. Lo sé".
Papin tampoco sabe nada de la Cumbre de Punta Cana. Para ella "puede ser parte del interés de muchas personas por ayudar a los haitianos, pero cuando recuerdo los días posteriores al terremoto, las promesas y lo que se ha hecho después, pierdo la ilusión. Prefiero no saber de nada".
Cientos de miles de personas viven aún en campamentos en Puerto Príncipe y los alrededores, en tanto el ritmo de edificación de estructuras sólidas marcha demasiado lento y con muchas trabas.
Para colmo de males, organismos meteorológicos internacionales pronosticaron una temporada ciclónica muy activa, que puede convertir al país, otra vez, en un sitio de catástrofe.
Fuente: Prensa Latina
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